Mariposas amarillas
Contemplaba el vuelo de ciertas mariposas. Eran amarillas y se posaban suavemente sobre un arbusto de flores, también amarillas. Mis ojos seguían su vuelo desdibujado en el paisaje y, sin tener consciencia de sí ellas pueden apreciar la belleza de una mañana esplendorosa, en mis pupilas seguían danzando hasta adentrarse con su baile amarillo pálido en el follaje verde amarillo, cómo son los follajes de invierno, con sus hojas agonizantes, arrebatadas por la brisa. Algunas serán esqueletos frágiles hundidos en el cieno y, después, humus enterrándose en la tierra sustentando el micelio. Y pensé en nosotros, (dos viejos con las uñas llenas de tierra), detrás del tiempo, bajo el sol y la lluvia... ¿esperando qué? ¡Acaso que alguien nos entienda y nos quiera? ¿Acaso extender la vida un poco más solo para caer muertos un día, solos, igual como murió mi gata junto a la cerca, bajo la lluvia de un martes de marzo? O, quizá, como mueren algunos árboles -marcado nuestro talle con una fecha secreta- bajo la presión de la mandíbula de la sierra, sin emitir gemido alguno ni bendecir o maldecir, porque antes de caer al piso, ya estaremos muertos. Pensar, mientras huele a miel y a polen húmedo y pegajoso en las patas de las abejas, es detener la soledad -la tuya y la mía- en los círculos alados de mi resignación y en tu mirada absorta en el camino, esperando verme llegar entera o etérea como mi gata. Pensar, que yo tengo mis mariposas amarillas y vos no podés verlas desde mis ojos, porque tus ojos, inmutables y llenos de ausencias, siguen percibiendo mis brazos rotos, mi sonrisa lejana, mi corazón pequeño, mi alma inexistente y mi esencia inútil, desteñida como esas camisas arrugadas que te ponés los domingos, solo para atisbar desde tu silla hacia el agua, o, hacia el portón con los ojos tristes y vacíos de mi presencia, o, del barullo de mi canto cuando yo era la bruja que obraba los milagros. Pensar, que el zodiaco y doce jinetes no nos salvarán de morir solos, porque hemos dejado las elecciones correctas a su antojo, como si todo lo escrito fueran premoniciones de dioses infalibles y no de humanos guiados por las estrellas. Pensar, que no todo es exacto ni perfecto ni las reglas un lazo ajustado que no pueda el amor soltar y vencerlo.
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