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Alma de perro

Tomo ese último sorbo del café en silencio... hoy no encendí la radio ni quiero escuchar música. A las tres de la mañana me encuentro despierta. Al gallo se le ocurrió cantar, como si yo no fuera parte del escenario donde vive. Tengo ganas de algo y no encuentro nada en la cocina. A veces un dulce me calma y revierte ese ramalazo de angustia que se posiciona en mi alma (la verdad, creo que por algún defecto de fábrica la angustia nace en el corazón) con la crudeza de un golpe en la rodilla o el codo. Y amanezco despacito con la brisa fría filtrándose por la ventana que he abierto completamente, porque la casa necesita sonreír con la amplitud de unos labios plenos de felicidad o de amor del bueno, de esos amores que todos queremos.
A esta hora, los sentidos se agudizan ante el magnífico espectáculo del amanecer; la ventana frente a la mesa es un túnel abierto a la imaginación. Apenas se divisan las siluetas de los árboles bajo la tenue luz de una noche estrellada. Imagino que así mismo es el efecto del brillo de un espíritu en paz sobre el alma de alguien que insiste en permanecer a oscuras. He tenido que ponerme un par de medias gruesas, tengo los pies fríos y estoy adolorida. Ayer me caí de costado y quedé tendida sobre el lastre roto del camino, viendo como el atardecer moría lentamente sobre mí. El perro de mi hijo, a quien amo desde cachorro se acostó a mi lado y puso su pata sobre mi cuerpo en un gesto que denotaba protección y esa fidelidad y amor absoluto de los perros y que uno deseara tener de los humanos; o, por lo menos de los seres que uno ama. Lloré, abrazada a él, que se estrujaba fuertemente a mi cuerpo. Lloré, sí, de dolor y conmovida por la incondicional entrega de un ser que usa el lenguaje perfecto que todos deberíamos usar: el amor. Sumida en esta profunda reflexión sobre el amor y la lealtad, veo salir la luz del día y con ella mis lágrimas de gratitud, por los únicos seres que conozco capaces de dar su vida por nosotros, a pesar de que les correspondemos tan mal. La ventana es un hoyo blanco para recapacitar: me atrevo a creer (con el perdón de los perros) que tengo alma de perro.
Foto de Lucía Paula López Gamboa

Lucía Paula López Gamboa

Conocida como Lucía de Paula, oriunda de Ciudad Quesada, San Carlos. Vive en San Ramón desde hace 11 años. Forma parte del Conversatorio Ceniza Huetar desde hace varios años.

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