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III

Una mujer y su hija se entregan a un juego peligroso, sin entender la causa. Juegan a que ambas fallecieron hace once noches, y ahora se presentan, una ante la otra, como mujeres idénticas a las que eran, pero con aroma distinto. Así, juegan a la muerte presunta y a la resurrección con variable.
El tema de la resurrección, tan recurrente y macabro, tan directo y vertical, se lo debemos a una forma sicodélica de creencia: la más osada al interpretar la profecía, la más férrea en hacerla cumplirse. La muerte es el escombro y la resurrección el vicio.
Por un lapso cierto y definido, la hija será huérfana, y la madre, plañidera. Construirán sus ataúdes con hojas de una planta enorme y se acostarán en ellos con las manos amarradas y monedas de aluminio sobre los ojos. Los días pares se acostará la madre, los impares la hija. Y al debido tiempo, harán a un lado sus capullos y se felicitarán mutuamente por la vida que les regresa. Pero, según el anticipo, en el momento del abrazo ambas desconocerán sus aromas. Sospecharán, entre terrores, que el juego no es tal.
Foto de Gustavo Arroyo

Gustavo Arroyo

Escritor y abogado. Cofundador del Conversatorio Poético Ceniza Huetar y parte del Taller-Laboratorio Tráfico de Influencias del Ministerio de Cultura y Juventud en 2013. Ha integrado en tres ocasiones el jurado del Certamen de Poesía Lisímaco Chavarría Palma.

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