Tengo cientos de recuerdos
de vidas resguardadas por los años
en el baúl del olvido
sin ojear, sin palpar, sin oler,
paraísos sin degustar.
Ramilletes de Santa Lucía en un cofre oxidado,
guardados en un cajón sin llave
por si un día, hurgando en el deseo, te encuentro.
Tengo la luna palpitante en los labios,
y para anidar en el mármol de sus ojos
un andamio imaginario sin escalar.
Tengo deseos contenidos
en una mestiza gaveta de madero negro,
y sobre un lienzo tímidos trazos,
con un gris monocromático,
cazando recuerdos en la inerte selva de la memoria.
Tengo el sabor a canela y a clavo de olor
impregnado en el beso de la abuela.
En el adiós sin prorrumpir
el llanto sin derramar
sobre el río plateado de sus cabellos.
Tengo el abrazo
protegido en el regazo materno
de la inocente niña que emigró de su patria.
Tengo el grito silente para romper cadenas.
Y libertad en el pecho para exigir derechos.
Tengo en las piernas el baile de las libélulas.
Y en mis erguidos pechos
fuentes de blanca leche manantial de vida
herencia ancestral indígena
Numen de los dioses blancos
que con violentos falos
diseminaron semilleros de lengua y religión.
Tengo en el fértil campo
la simiente del verbo
y en el lacerado útero
la sangre del genocidio
anunciando el lamento ancestral.
Tengo el sexo, volcán en erupción,
recordando sus raíces en las montañas vírgenes,
donde el sol hizo lecho en las doradas mejillas
carbón sudoroso de las labriegas divas.
Tengo en la frente la soberbia insignia
la matriz aguaviva
el vientre fecundo
la madreselva pujante
el parto de brujas
y la vernácula canción de cuna,
recordando que somos hijas de Pachamama y Yemanjá.
Tengo el placer de Oshun,
brotando en la montaña para obsequiar su muerte
y con su suave música surgir en el mar.
Tengo en el orgasmo dos océanos,
besando las costas de América Latina,
mujeres divinas que a través del ósculo
nacen y mueren para volver a nacer en blanca espuma.
Y por si fuera poco tengo la palabra viva.
La altiva voz, eco del relámpago,
refulgente en las cimas.
Tengo mil y una historias que contar.
Y en la ignota sonrisa un aljibe de sueños.
Y en la oscuridad del nadir
la luz del horizonte llamando a la puerta.
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