Quiero verte feliz
Quiero verte feliz
Raúl Méndez Rodríguez
Ella solo quería encontrar el amor. Sentirlo en un beso o un abrazo. Sentirlo dentro de su pecho, aunque no pudiera verlo. Porque, tras la explosión, sus ojos ya no podían contemplar la luz.
Después del estallido, solo quedaron padre e hija. El mundo tal como lo conocían había desaparecido, y las risas en rostros familiares se desvanecieron, incluso de la memoria.
Ella vivía angustiada, pensando que nunca tendría la oportunidad de enamorarse, mientras el padre sufría doblemente al ver la tristeza de su hija. Aunque, en el fondo, él tampoco podía recordar claramente cómo era la felicidad.
Tanto deseaba volver a verla sonreír que una mañana cualquiera, sacudiéndose la impotencia, salió al campo. Recogió heno, ramas y, con manos temblorosas, comenzó a moldear un muñeco de paja, torpe y tosco.
Nadie habría podido distinguir si el brillo en sus mejillas era sudor o lágrimas. Pero cuando el muñeco estuvo listo, se limpió el rostro y lo llevó a casa a toda prisa para regalárselo a su amada hija.
Ella lo palpó y lo aceptó sin entusiasmo. Lo abrazó sin ganas y siguió entristecida, sin pronunciar siquiera un "gracias".
Al principio, el muñeco no era más que un amasijo de paja. Pero el amor del padre, con el tiempo, comenzó a transformarlo. Tal era su ternura que, una noche, en silencio, se cortó su propia mano y la unió al muñeco.
Por la mañana, el muñeco pudo acariciar el cabello de ella cuando se sentó junto a la ventana para sentir la brisa y el sol.
El padre creyó ver en su rostro el atisbo de una sonrisa y, conmovido, otra noche, se cercenó la pierna izquierda y la unió al muñeco de paja. Así, al amanecer, el muñeco pudo pasear junto a ella, tomándola de la mano.
Era extraño, pero al arrancarse partes de su cuerpo no sentía dolor; al contrario, una profunda alegría lo invadía al verlas añadidas al muñeco. Como cuando renunció a su oído derecho para que el muñeco pudiera escuchar cuando ella quisiera confesarle sus sueños y temores.
Poco a poco, ella comenzó a ilusionarse. A veces, incluso, silbaba por el impulso de la felicidad. Hasta que una tarde, al apoyar su cabeza en el pecho del muñeco, sintió el latir de un corazón. Y, sin saber cómo, empezó a sentir algo nuevo: el muñeco ya no era algo, sino alguien a quien podía amar.
Pasaron días, semanas y meses. Y una tarde, mientras caminaban por el campo, el muñeco, rebosante de cariño, se detuvo. Tomó su mano, la besó y le dijo:
—Te amo.
Ella explotó de emoción y lloró de felicidad: por fin se cumplió lo que siempre había anhelado.
Y en medio de su dicha, un recuerdo se encendió en su memoria. Recordó las manos cálidas de su padre y, de pronto, quiso contarle todo. Pero, al volver a casa y llamarlo a gritos, descubrió que en el mundo ahora solo había silencio.
San Ramón, Costa Rica.
05 de enero, 2025

Raúl Méndez Rodríguez
Destacado autor costarricense y editor independiente, continúa enriqueciendo el panorama literario de Costa Rica con su más reciente obra, «Anexos». Publicado en 2024 con el apoyo del fondo de Salvamento Literario del Ministerio de Cultura y Juventud, este libro representa una fusión única de poesía y prosa que invita a los lectores a explorar temas tanto universales como específicamente costarricenses.
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