Prólogo del poemario Caleidoscopio
La poesía es un terreno peligroso para poetas y lectores, ya sea que las páginas estén abiertas o hayan sido cerradas hace tiempo. En ambos casos, se requiere la valentía para exponer, y exponerse a, emociones profundas, incomprensibles o (peor aún) demasiado comprensibles y cercanas, capaces de abrir heridas, así como de regalarnos su curación.
De hecho, la experiencia de la poesía es tan difícil de precisar que escribir un prólogo se convierte en un ejercicio aún más arriesgado, y el lector podría cuestionar con razón la necesidad misma de un preludio para un espectáculo conformado por emociones y visiones de tal subjetividad; después de todo, la persona encargada de escribir el prólogo tendrá que hacerlo desde un espacio liminal, teniendo como materia de trabajo solo los poemas a los que se le ha permitido acceder y las emociones o efectos que estos podrían haber tenido en ellos, o para ellos. El autor del prólogo puede ofrecer incluso menos garantías que el autor de los poemas de que la visión recién presenciada se repetirá exactamente igual ante los ojos de sus lectores.
Pero en el caso de Caleidoscopio, descubrí que me encontraba ante una paradoja: por un lado, la virtud que había encontrado en sus páginas me impulsaba a anunciar al mundo todo cuanto amé sobre ella, y por otro lado, era esa misma virtud la que hacía casi imposible describirla o explicarla; o, dicho de otro modo: la grandeza misma de la poesía era la dificultad de su propia descripción.
Sin embargo, porque creo que algo único se ha logrado con la composición de esta obra, y en gratitud a su autora, Laura Villalobos Álvarez, por haberme regalado el complejo pero profundamente enriquecedor desafío de presentarla a su público, intentaré hacerlo lo mejor que pueda.
Laura ha recorrido diversos caminos a lo largo de su vida, y sé que puede parecer trivial o insípido intentar acercarse a la obra mirando primero a su creadora. Incluso es posible que la propia poeta en cuestión frunza el ceño ante esta intromisión. En mi primer intento de esbozar un prólogo digno, le pregunté a Laura si podía compartir conmigo algo sobre sí misma que pudiera ayudar a contextualizar la colección, y su respuesta fue: “No escribo para ser leída, o popular, o alcanzar la fama, yo escribo para ser feliz.”
Irónicamente, estas palabras me parecieron tan inequívocamente esclarecedoras que, de alguna manera, lograban resumir la esencia de su obra: una escritura que florecía desde la honestidad, no a pesar de, sino debido a que carece de pretensiones, lo que le permite la libertad de fluir y entrar por las cavernas y pozos más recónditos de la emoción humana.
Tuve la suerte de conocer a Laura en un momento (que por alguna razón se siente menos lejano de lo que realmente es) en el que coincidimos en una breve incursión por el mundo de la producción cinematográfica. Me asombraron de inmediato su inteligencia y vivacidad, su aparentemente inagotable sentido del humor y su disposición a colaborar de cualquier manera posible en todas las tareas.
Entonces, una noche, descubrí el otro posible factor explicativo, y sucedió sin que ella, ni yo, ni nadie lo dijera. La película que estábamos ayudando a producir describía un amor juvenil entre dos adolescentes, y para una escena específica, la protagonista debía aparecer en un plano medio, leyendo un poema enviado por su amante. Era necesario, por lo tanto, que alguien del personal preparara una hoja de papel con algunas palabras escritas.
Para mi asombro y admiración, Laura Villalobos se tomó el tiempo de sentarse y escribir, de su puño y letra, un poema original acorde a la situación y la intensidad emocional de la escena. Y cuando leí los versos que produjo, me parecieron de tal profundidad y belleza que me dolió recordar que no podían ser exhibidos.
Al leer Caleidoscopio, entré en contacto precisamente con el tipo de poesía que más me atrae personalmente: poesía clara y musical, fruto de una capacidad reflexiva que, como demuestra la historia de casi todas las escritoras y escritores que conozco, solo crece con el paso de los años.
En cierto modo, un caleidoscopio puede considerarse una ventana a lo múltiple: fragmentos de vidrio se transforman en patrones hermosos y delirantes, únicos en cada giro, dependiendo del ángulo y la luz que les permitamos con nuestro propio movimiento.
La ventana puede mostrarnos un paisaje emocional tan vasto y rico que sería inútil tratar de señalar un tema o identidad específicos. Es el reino del sentimiento humano, con todas las tensiones emocionantes que esto implica entre el caos y la gloria, la corrupción y la redención, la desesperación y la esperanza, la pérdida y la recuperación, y también el descubrimiento.
Existen otros protagonistas medulares en este libro: la naturaleza, la memoria, el tiempo, el amor y la pérdida.
En su poesía, Laura Villalobos nos invita a contemplar un jardín simbólico donde habitan historias y emociones, y que, como las plantas, flores y árboles, tienen sus propias características únicas que determinan su forma de existir.
El poemario sabe que no debe confinarnos a un rincón pasivo, de espectadores. No olvidemos que el cristal de este caleidoscopio es mágico, y así como puede servirnos de ventana también puede, quizás incluso más, funcionar como un espejo donde podemos ver nuestro propio reflejo.
Este libro es un esfuerzo por capturar, aunque sea por un breve momento, algo intangible sobre nosotras y nosotros mismos y el territorio de nuestras batallas internas.
Desde el mito de Prometeo hasta una apelación por la redención de Sodoma y Gomorra, e incluso una invocación al espíritu de Neruda, las poderosas imágenes evocadas por Laura Villalobos ofrecen una declaración asombrosa en su atemporalidad.
Estoy convencido de que Laura Villalobos ha logrado algo que puede, con el mayor honor, mirar de frente a las autoras que la han inspirado: mujeres que a través de su obra literaria emergieron de la opresión y dirigieron a la posteridad sus voces y sus cantos, hacia la victoria.
Para concluir, creo que puedo resumir todo lo anterior diciendo que este hermoso poemario tiene algo para cada persona, cada ocasión y cada sentimiento.
Apenas termine de escribir este prólogo, me dirigiré una vez más a leer las páginas que, sin duda, son más importantes y fascinantes. Y espero que cada persona invitada a tomar en sus manos este mágico caleidoscopio pueda, con ojos abiertos y corazones dispuestos, encontrar y reconciliarse con un reflejo de sí misma.
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